LA REGIÓN MÍTICA DE GEQUEMAY:
Otro detalle es que se encuentra relativamente alejada de camino empedrado tradicional para ingresar a esas montañas, conocido como La Ruta de Carrillo.
De echo, al empezar hacia El Bajo, como a 2klm después de la Ermita abandonada que recuerda la salida del obispo Thiel, en el costado del camino empedrado, debés atender a un (primer) monolito de metro medio, a la par del cual está semi oculto un camino con una entrada muy disimulada a la selva, un boquete que, para entrar, tenés que agacharte, ¡ese es el que hay que tomar!.
Ya ingresado en el camino, puede uno erguirse y avanzar. Pues bien, si observás con atención, se parte de ahí hacia el sur, como devolviéndose y sorteando o encaramándose en grandes piedras (seguro para des estimular el ingreso), pero luego dobla hacia el este.
Pasadas unas 4 horas, te lleva a un claro o pelón en medio bosque.
Aclaración: esos monolitos son parte de un paredón lítico que forma parte del paisaje, una arista del mismo; si te movés por el frente de las aristas del peñón descubrirás alguna forma humana o animal poco acabada, una insinuación apenas; generalmente a la altura del suelo suelen tener una especie de bandeja donde poder dejar quién sabe qué objetos.
Advertencia: a estos lugares solo te podés meter cumpliendo un protocolo de seguridad de sobra conocido, donde destacan el equipaje y la indispensable compañía de un vaqueano de la zona, !no lo olvidés! Esa ocasión no cumplí dicho protocolo, y por eso me pasó lo que me pasó.
Puedo aportar un lugar de referencia que nos puede acercar a la senda de la Región Mítica de Gequemay: 10°03'43"N 83°58'41"W. Este punto es un "peloncito" apreciable desde 1000m en Google Earth. Si analiza con el zoom, notará ciertos círculos sobre el terreno, restos obvios de supuestos palenques o edificaciones antiguas que han cuidado hasta hoy algunos naturales descendientes de los aborígenes de la zona, de la nación Toyopán, de antes del Descubrimiento Español).
En ese terreno pelado, encontrarán otra (segunda) señal de piedra como empotrada en la ladera de piedra que bordea parte del claro, un monolito como de metro y medio (este no tenía la especie de bandeja al pie), desde el cual se toma otro trillo. La caminata es abrupta, grosera y larga, pero fue muy fácil iniciarla; es más, ni siquiera necesité reconocer todo el peloncito para encontrar el sendero.
¿Quiénes mantienen esos trillos más o menos despejados? Son lo suficientemente amplios para el paso del caminante, pero suficientemente estrechos para no ser vistos desde el satélite. Cuando un rayo o un deslave dejan espacios en el dosel del bosque como para que se pueda apreciar el trillo, alguien hace un corte y lo desvía para que se mantenga bajo las copas de los árboles.
Ancestralmente hubo habitantes por ahí, ello lo deduje al encontrar, dispersos entre la profusa vegetación, algún árbol de pejibaye o de súrtuba a lo largo de la ruta, así como otras plantas de hoja grande como cabuya y palmas de las que tienen uso doméstico.
También, al acercarme a un riachuelo, me puse de rodillas para beber agua y se me resbaló la mano de apoyo. Mi brazo se hundió resbalado hacia un costado y quedó bajo la raíz de un árbol. En esa especie de oquedad, sentí entre mis manos unas esferas como del tamaño de un limón ácido. No resistí la tentación y extraje una y se trataba de una esfera de barro, deduje que materia prima para elaborar artefactos de cocina; o sea, tenían una despensa natural para almacenar su barro ya listo para el trabajo, bajo el agua. (¡Alguien vivió ahí hace 500 años!).
Luego de mucho batallar contra obstáculos de piedra, enramadas, árboles atravezados, plantas espinozas, paso de riachuelos, subidas y bajadas, llegás al borde de un río, exactamente a una piedra plana que hace de piso para ubicarte en el borde mismo del cañón del río.
Ahí termina el camino. No se ve nada que sugiera un trillo de "puerta" oculta ni nada por el estilo. Hay que observar y meditar.
Al otro lado del río, solamente existe un peñón similar al que tenés bajo tus pies, no frente a vos, sino como a 20 metros de distancia. !Ni que hubiera un puente!. ¿Y si lo hay?
Viendo y observando, me acosté en la peña para mirar el cielo con los brazos en cruz, feliz y satisfecho de la caminada. Perdí mi mirada entre la inmensidad del firmamento y pese a la multitud de sensaciones que experimentada, solamente dije: _Heme aquí.
No podía evitar una leve sensación de desánimo por ese final tan inesperado; había creído en encontrar una ciudad perdida y llegaba al final del camino con las manos vacías.
Al irme a poner de pie, me puse boca abajo y me asomé al vacío; era poco lo que se veía del arroyo, por la vegetación que por todo lado despuntaba. Llamó mi atención una saliente como 1 metro bajo mío, y luego una salteada fila de piedras que cruzaban el río y llegaban hasta el otro lado, al pie del peñón que había notado antes. Ajá, se me sugirió un camino para bajar, cruzar y volver a subir, y quizá hubiera un sendero para continuar.
Todavía había luz día.
Tomando apoyo en una raíz de higuerón, deslicé mi cuerpo por el costado del peñón y me pude encaramar en la saliente. Y de ahí a seguir bajando hasta el río fue un jamón: hendijas, bejucos, salientes, todo oculto a la vista desde la superficie superior del peñón. Con el cantar del agua y las ranas, me parecía escuchar a los aborígenes y les hablaba, felicitando al Creador por haber conservado estas cosas hasta el presente. Siempre me he condolido por la pérdida cultural que significó la Colonia; nos faltó respetarlos y tenderles la mano a los aborígenes.
Ya junto al riachuelo, que por cierto tenía una corriente respetable, pasé fácilmente de piedra hasta la otra orilla. Lo demás fue tomar cabos de raíces que subían y colocar los pies en salientes u oquedades del peñón y llegar a la explanada; más pequeña, por cierto.
Nada más mirar alrededor y supe dónde continuaba el camino. Seguí avanzando con los mismos obstáculos de la selva, pero en menor cantidad.
Como a las 5pm me cayó la noche, y pese a la experiencia y costumbre de andar en estas aventuras, me sobrevino la sensación de siempre: ¿amaneceré sano y salvo?. Armé mi tienda y me tendí bajo su protección sin encender la luz para minimizar el furibundo ataque de los mosquitos. Me entretuve frotándome los pies y serenándome al prever una larga noche, pues iba a estar en la tienda como 12 horas.
Sin mayor novedad que haber disfrutado de una noche tranquila pese al sobresalto del ruido de la lluvia sobre la tela de la tienda y de haber escuchado terribles rugidos durante un buen rato, mezclado todo con el indescriptible ruido de la vida de la selva, me levanté y reanudé la actividad.
Desayuné, empaqué y me puse en marcha. Caminé y caminé hasta llegar ¡nuevamente al último peñón por el que empecé cuando crucé el río!.
No puede ser, me extravié y anduve en círculo, era inaudito. No tenía sentido retomar el camino, había que rendirse ante esta broma despiadada. Repasé mentalmente todo este trayecto, poniendo especial atención a cuando reanudé la marcha al salir del campamento, no fuera a ser que me hubiera devuelto; pero no, estaba seguro que antes de seguir, ví claramente el camino por el que había venido y el nuevo que tomaba.
¿Me faltó notar que en alguna parte había una rama o un bejuco que daban paso a un sendero oculto a la vista?, ¿estaba ante una treta?,
¿caí en una alucinación? o
¿traspasé un portal y ya estaba en otra época?
Resignado, volví a cruzar la quebrada y escalé el peñón para continuar el regreso.
No podía dejar que me invadiera el desaliento; viví momentos reales y momentos imaginarios extraordinarios.
Ya de nuevo en el primer peñón, quise volverme a acostar mirando hacia el cielo, en agradecida despedida. Estaba seguro de que ese peñón solo tenía trillo de llegada y escape hacia el río por la escalada, ¿seguro? Recordé claramente la gran impresión que me causó venir caminando por el oscurecido sendero y ver, de pronto, el peñón iluminado por la claridad. Caminé sin perder de vista ese peñón, sin mirar hacia los costados. Ajá, ellos pusieron cosas para confundir tu atención.
Comencé a descaminar el sendero de llegada con malicia, y encontré una piedra abrasada por las raíces abundantes de un ficus de enormes hojas y gran altura. Es muy fácil treparse agarrado y pisando esas raíces para ver detrás de la piedra. !y ahí nace otro trillo! Ajá, ellos pusieron mamparas naturales para ocultar la verdad para que no fuera fácil alcanzarla. El camino verdadero solo puede ser hallado por quien estudia a fondo y se impregna del entorno que encierra el mensaje. Tomé el camino bello hacia el fondo iluminado y por ello no pude ver la senda estrecha detrás de la piedra; pocos son los que la hayan.
Ya era hora de regresar, pero quise ver un poco el ambiente de ese trillo, pese a que llovía a cántaros.
Y sí, comencé de nuevo la travesía, sin mayores novedades.
El Prado:
Y bien, al final del trillo, hay un prado bastante plano, como del tamaño de un campo de futbol, aunque de forma circular, arrecostado a un paredón como de 20 metros de altura. Es un prado exquisito, de un verde claro reverberante, que invita a la meditación.
Desde la cima del paredón cae un pequeño chorro de agua, dando tumbos por entre piedras que sobresalen de la pared y sumiéndose en un hueco pequeño del suelo. Una vez lleno el hueco, el agua discurre hacia un costado. Ese rebalse fue canalizado, aparentemente sin necesidad de atarjea, sino con un lecho de rocas con borde inferior al piso, por el límite de todo el prado y luego, casi al cerrar la circunferencia, se deja caer entre la espesura hasta desaparecer. Se podría decir que irriga el contorno completo del prado, produciendo la sensación de un encierro, un límite.
En ese prado no ví flores de ninguna especie, pero hay una suave brisa del Caribe que lo recorre y acaricia, meciendo el pasto, y produciendo con ello una variedad de tonalidades dulces para la vista. Verdes pastos en los que podría reposar para siempre.
Busqué huellas de edificaciones u obras de alguna especie, mas no me fue posible encontrar nada...habría que remover la sedimentación.
En el costado por el que escapa la acequia hacia el barranco natural y enmontado, hay una especie de ventana, posiblemente hacia el este, dejando ver muchas montañas que se muestran cubiertas de bosque y sin aparente rivalidad para destacar entre sí por la altura.
Resulta obvio que ese prado no tuvo intervención humana para adquirir el carácter de lugar, explanada o eslabón en un conjunto comunal, pero no encontré señas para descifrar su uso. No hay caminos, ni asientos, ni restos de viviendas, inclusive no imagino cómo se mantiene corto el zacate y sin ser invadido por la maleza.
El cielo del prado se ve siempre igual, con distintas tonalidades de nubes, con claros que dejar ver el fondo celeste y los rayos del sol y en todo momento llama la atención el ir y venir de variedad de aves canoras.
Tendré que volver otro día con científicos... o dejar este lugar en paz.
Sí, es mejor la paz; ese lugar se la merece.
En medio de ese prado comprendí la volatilidad de la civilización; un lugar como este te consolaría en el momento que desaparecieran todas las comodidades del mundo moderno y de la civilización.
La civilización no tiene derecho para traspasar la acequia que rodea este prado, no tienen cabida sus apuros, sus crímenes, sus miserias, sus progresos, sus tecnologías, ni sus vicios; es más, no tienen derecho siquiera a verse a lo lejos como parte del paisaje, pues nos fastidiaría su apariencia imponente de concretos, desechos, devastaciones, vidrio y ruidos estridentes.
No, no tienen derecho de profanar este lugar.
Exploré con la vista los alrededores del prado, hacia la espesura, y noté un pequeño cambio de tono entre el telón verde de fondo de las montañas. Afiné la vista y me estremecí al darme cuenta que estaba como a 500 metros del peloncito que relaté al inicio. Calculé que ese bello prado estaba en dirección noreste del peloncito.
Marqué mentalmente una ruta y avancé hasta que intercepté un sendero que no dudé me llevaría al peloncito. Ajá, otra vez mis ancestros dejan enseñanza: al que lo quiere fácil todo, más le costará el logro.
Al salir al peloncito, puse mi mano en el filo de piedra del lugar, y encontré otro (tercer) monomito, con la figura más definida, de un jaguar en posición vertical, de arriba hacia abajo. Su cola quedaba arriba y sus garras delanteras llegaban hasta la especie de pileta del pedestal. En esa pileta, había unos surcos. Gasté un poco de agua de la cantimplora (eso jamás se debe hacer) para limpiar y era una inscripción y una flecha hacia noreste, de donde venía saliendo yo: Gequemay.
Algún día volveré a Gequemay.
Y como homenaje, pues no quise afectar ese mítico lugar con nada que evidenciara mi presencia, tan solo mi admiración y disfrute, me atreví a hacer solo una cosa; ustedes me comprenderán.
¿Qué fue lo que hice?
Removí con todas mis fuerzas el monolito del jaguar, de manera tal que la flecha que señala para Gequemay guíe hacia el otro sendero, aquel en el que me perdí.
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